Creemos que todas están inventadas, pero no es así. Tarde o temprano acaba siempre por surgir alguna nueva. A veces son pequeñas modificaciones introducidas en algunas ya existente. En otras, propuestas revolucionarias que parecen llamadas a marcar un antes y un después en la historia del nutricionismo. Hablamos, claro, de las dietas. De muchas de ellas (la Dukan, la de los puntos, la inversa, la flexitariana, la dash…) hemos hablado en nuestra web. En esta ocasión vamos hablar de una dieta popularizada en los años 70 por el gastroenterólogo Walter L. Voegtlin: la dieta paleolítica o dieta paleo.

¿De qué hablamos cuando hablamos de la dieta paleo? De una dieta que, de alguna manera, pretende devolvernos a nuestros orígenes como especie. Quien sigue una dieta paleolítica se alimenta, aproximadamente, de los mismo que se alimentaban los hombres y mujeres de las cavernas, es decir, los seres humanos que ocuparon la tierra durante el período Paleolítico, que fue aquel que se extendió alrededor de dos millones y medio de años y que finalizó con la revolución neolítica o, lo que es lo mismo, con el desarrollo de la agricultura. Fue este desarrollo quien hizo que el ser humano empezara a introducir en su alimentación granos, legumbres, etc.

El principio sobre el que se sostiene la dieta paleo es sencillo: el ser humano debe alimentarse con aquellos alimentos a los que esté más adaptado. ¿Y qué alimentos son ésos? Precisamente aquéllos de los que se nutría cuando apareció como especie, es decir: los que consumía durante el Paleolítico. Alimentándonos de la misma forma que cuando pertenecíamos a una especie cazadora-recolectora, sostienen los defensores de la dieta paleo, conseguiremos que nuestro cuerpo esté sano y funcione mejor.

Lo primero que debe hacer quien desee seguir una dieta paleolítica es eliminar de ella los alimentos refinados, las grasas transgénicas y el azúcar. No en vano, sostienen los defensores de la dieta paleo, son múltiples los estudios que han demostrado la relación entre la ingesta de estos alimentos y el desarrollo y padecimiento de enfermedades tales como la diabetes, el cáncer, las enfermedades cardiovasculares o la obesidad, entre otras.

Beneficios de la dieta paleolítica

Los defensores de la dieta paleo sostienen que esta dieta tiene los siguientes beneficios:

  • Proporciona energía natural y constante durante todo el día. Al mantener un nivel estable de azúcar en la sangre, conseguirás evitar esas bajadas y subidas de energía que suelen experimentar las mujeres que sufren continuas subidas y bajadas de azúcar. Por otro lado, el mantenimiento de un nivel estable de azúcar en la sangre gracias al seguimiento de la dieta paleolítica hace que los nutrientes de los alimentos lleguen al músculo con mayor facilidad y sean quemados. Al conseguir eso evitamos que la glucosa excedente se pueda almacenar convertida en grasa.
  • Permite ingerir proteínas de calidad, lo que ayudará a mejorar la capacidad de quemar grasa y, por tanto, a mantener la forma física. Las proteínas de calidad son las proteínas magras.
  • Gracias al mantenimiento de la dieta paleolítica ingerimos alimentos que nos ayudan a regular la inflamación e incorporaremos a nuestro organismo vitaminas, antioxidantes y minerales.
  • Mejora la calidad del sueño. Los alimentos propios de la dieta paleo nos permite incorporar a nuestro organismo nutrientes adecuados para la producción y metabolismo de la serotonina y la melatonina, neurotransmisores que participan activamente en los mecanismos del sueño.

Alimentos de la dieta paleolítica

Conocidos los beneficios derivados del seguimiento de la dieta paleolítica, debemos saber qué alimentos son los que deben formar parte de esta dieta. Los diseñadores de la dieta paleo han señalado qué alimentos deben consumirse y qué alimentos debe evitarse.

Entre los alimentos que deben incorporarse a la dieta paleo podemos encontrar los siguientes:

  • Frutas, vegetales y tubérculos. Las frutas y verduras son alimentos ricos en antioxidantes, vitaminas, fitonutrientes y minerales.
  • Carnes de animales que hayan comido pasto.
  • Mariscos.
  • Nueces y semillas.
  • Grasas saludables.
  • Especias y condimentos.

Por su parte, entre los alimentos que no deberían figurar en una dieta paleo podemos encontrar los siguientes:

  • Lácteos. La posible indigestión a la lactosa y el hecho de que provoquen el aumento de la insulina son los dos factores principales que pueden hacer desaconsejable el consumo de lácteos según los defensores de la dieta paleo.
  • Granos y cereales. Los adalides de la dieta paleolítica desaconsejan la inclusión de granos y cereales en la misma por tres motivos: son alimentos pobres en minerales y vitaminas, su índice glucémico es elevado y, además, contienen gluten, lo que puede provocar mala digestión, sensación de hinchazón y, en los casos extremos, intolerancia.
  • Alimentos procesados.
  • Azúcares.
  • Legumbres. Tres son, también, los motivos que esgrimen los defensores de la dieta paleo para desaconsejar la inclusión de las legumbres en la misma. Por un lado las desaconsejan por no ser buena fuente de proteínas (aportan menos proteínas, por ejemplo, que carnes y pescados); por otro, por poseer fitatos (que provocan hinchazón, gases y flatulencias, no se absorben, y se llevan consigo, al ser eliminados, cantidades respetables de zinc, hierro, calcio y magnesio); y, finalmente, porque poseen lectinas, proteínas que pueden llegar a causar malestar intestinal.
  • Almidones.
  • Alcohol.

La dieta paleolítica ha sido puesta en duda por la comunidad científica, existiendo, además, nutricionistas que la han considerado una dieta perjudicial para la salud. Estudiosos de la Universidad de Chicago, por ejemplo, han apuntado que la evolución del cerebro humano y su desarrollo hacia niveles más altos de inteligencia fue debida al consumo de grandes cantidades de almidón y carbohidratos presentes, por ejemplo, en los cereales.

Estudiosos de la Universidad de Sidney, por ejemplo, han apuntado que las dietas bajas en proteínas y altas en carbohidratos aumentan en el organismo de una hormona a la que se le atribuyen, entre otras, la virtud de contribuir al aumento de la longevidad.