Lo hemos comentado ya en algún post de este blog: el prestigio de muchas dietas está ligado íntimamente al concepto de moda. La aparición de cada nueva dieta implica que, junto a ella, aparezca toda una corte de defensores y detractores de la misma. Unos recalcarán las virtudes; los otros, subrayarán los defectos, las carencias o, incluso, los daños que la misma pueda causar a la salud. Por no librarse de estas críticas, ni siquiera se libra la que parece ser la dieta mejor publicitada y más defendida por un mayor número de personas (al menos en nuestro país), la dieta mediterránea. No hace demasiado, Fernando Sánchez Dragó, el famoso escritor, tildaba a la dieta mediterránea de “camelo”.
Si eso sucede con una dieta tan prestigiosa o prestigiada como la dieta mediterránea, ¿qué no sucederá con otras dietas con menos adeptos y defensores que la dieta mediterránea? Una de esas dietas que despiertan al mismo tiempo encendidos elogios y durísimas críticas es la llamada “dieta alcalina”.
La dieta alcalina se fundamenta en una creencia básica: la de pensar que ciertos alimentos pueden afectar a la acidez de los fluidos corporales. La dieta del pH (pues también así se puede llamar a la dieta alcalina) tiene como objetivo a cumplir el reducir o eliminar la ingesta de aquellos alimentos que pueden incrementar la acidez corporal. ¿Por qué? Porque quienes creen en los resultados de esta dieta defienden que a mayor acidez corporal, mayor posibilidad de sufrir enfermedades como el cáncer, la obesidad o todo tipo de trastornos cardiovasculares.
El pH normal del cuerpo humano oscila entre 7,35 y 7,45. Por debajo de 7, la acidez es mayor. Y una acidez mayor implica un envejecimiento más rápido. Basándose en esto, la teoría defendida por los defensores de la dieta alcalina es la de que hay que alcalinizar el cuerpo o, lo que es lo mismo, reducir su acidez celular.
¿Cómo conseguirlo? Fundamentalmente ingiriendo una serie de alimentos entre los que podemos encontrar frutas, verduras, legumbres, frutos secos… Como vemos, alimentos que aparecen también recogidos en la dieta mediterránea. En el lado contrario del espectro alimenticio, es decir, en el rincón de los alimentos castigados por reducir el pH (o, lo que es lo mismo, incrementar la acidez del organismo), encontramos las carnes, el pescado, el marisco, los huevos, los lácteos, los cereales, el alcohol, el chocolate, el azúcar refinado, los alimentos procesados y la cafeína.
A favor de la dieta alcalina
Los defensores de la dieta alcalina acostumbran a resaltar que esta dieta permite perder peso de manera saludable, sirve para prevenir la artritis y las piedras en el riñón, aumenta la energía, alivia o reduce la ansiedad, elimina o disminuye los dolores de cabeza y sirve para evitar los reflujos ácidos y los ardores estomacales.
Los defensores de la dieta del pH sostienen que la creación de grasa es el mecanismo empleado por nuestro organismo para defenderse del exceso de acidez. Así, la obesidad sería, principalmente, efecto secundario e indeseable de ese exceso de acidez celular provocado por una mala alimentación.
Para perder peso, pues, se necesitaría seguir los siguientes consejos:
- Aumentar el consumo de agua, es decir, la hidratación. El agua tiene el efecto de neutralizar y diluir los ácidos metabólicos.
- Nutrirse con abundantes alimentos verdes e ingerir también con regularidad legumbres y frutos secos.
- Ingerir alimentos alcalinizantes: frutas de todo tipo, zumos verdes, caldos vegetales…
- Beber un vaso de agua con limón en ayunas.
Los defensores de la dieta alcalina señalan también que ésta es una dieta idónea para deportistas. Según apuntan, la práctica deportiva provoca una cierta acidosis corporal. Esta acidosis está provocada, principalmente, por la degradación anaeróbica de la glucosa y por la producción de ácido láctico que acompaña a toda práctica deportiva. Tomar bebidas alcalinizantes es, pues, una buena medida en manos de los deportistas para, entre otras cosas, reducir la sensación de fatiga.
En contra de la dieta del pH
Los detractores de esta dieta apuntan a que no existe base científica alguna para hacer de la dieta del pH una especie de ídolo al que seguir a pies juntillas. Es más: hay quien critica el papel desempeñado por Robert O. Young, empresario norteamericano y autor de La milagrosa dieta del pH, al proponer la dieta alcalina como una especie de panacea que, por prevenir, puede servir para prevenir (y en algunos casos incluso curar) el cáncer. Como es imaginable, esta afirmación ha generado todo tipo de polémicas y no son pocos los autores que han acusado a Young de propagar una falacia que puede costarle la vida a todas aquellas personas que, rechazando los tratamientos comúnmente prescritos por la medicina científica (sesiones de quimioterapia y radioterapia, cócteles de medicamentos, etc.), puedan optar por una vía más «naturista» para enfrentarse a una enfermedad de carácter oncológico.
Los detractores de la dieta del pH destacan que en caso alguno está demostrado científicamente que la función desempeñada por la alimentación a la hora de aumentar o reducir nuestro pH celular sea tan grande ni determinante como Young indica y sostiene en sus obras. Es más: el pH de nuestra sangre oscila en un margen muy estrecho y es nuestro propio organismo quien se encarga de regular ese pH que nunca puede oscilar de manera exagerada. Una oscilación exagerada de dicho pH pondría en riesgo la propia vida de quien la padeciera.
Los detractores de la dieta alcalina rechazan también una expresión acuñada por el propio Dr. Young: la de “alcalinizar el cuerpo”. Esta expresión remite a una acción homogeneizadora, que actúa en todo el cuerpo por igual, y, si atendemos al funcionamiento de nuestro organismo y a su fisiología, comprobaremos que cada uno de nuestros órganos tiene su propio pH idóneo. El flujo vaginal, por ejemplo, al igual que el estómago o la piel, son órganos especialmente ácidos (muy ácidos en el caso, por ejemplo, del estómago). La bilis, por el contrario, es alcalina.
El principal argumento que los detractores de la dieta alcalina usan contra ella es el de ser excesivamente selectiva, sobre todo en lo referente al consumo de proteínas animales. Si retiramos estas proteínas de nuestra alimentación, reduciremos nuestra masa muscular.
Los detractores de la dieta del pH, sin embargo, sí le aplauden a esta dieta la defensa que hace del consumo de frutas, verduras y granos integrales, aunque esa defensa se haga partiendo desde puntos de vista erróneos.