Es uno de los grandes enemigos de toda persona que quiera iniciar una dieta. Se le llama hambre emocional y no es otra cosa que una falsa sensación de apetito que puede aparecer a cualquier hora del día y que suele satisfacerse con un tipo de alimento poco nutritivo y muy calórico. Es importante recalcar la falsedad de esa sensación de apetito. Quien padece un ataque de hambre emocional debe saber que esas falsas ganas de comer no son sino una manera de canalizar emociones como pueden ser la del aburrimiento o la de la alegría o la tristeza.
El comer emocional, ese comer inconscientemente con la finalidad de matar el gusanillo de esa hambre emocional, puede ser fruto de situaciones de estrés, de una crisis de ansiedad, de problemas laborales, sociales o personales, de conflictos internos…
El hambre emocional suele exigirnos el consumo de alimentos que poseen o segregan una serie de sustancias que, al actuar sobre nuestro cerebro, nos producen una sensación de placer o bienestar. Las industrias alimenticias saben esto y, por tanto, actúan en consecuencia para diseñar y elaborar productos que, siendo más atractivos para el consumidor, produzcan esas sensaciones actuando de ese modo sobre nuestro cerebro. Por regla general, esos alimentos (los que más buscamos cuando padecemos un episodio de hambre emocional) son alimentos bastante calóricos a nivel nutricional y suelen poseer abundantes grasas saturadas y una buena dosis de azúcares simples.
Consecuencias del hambre emocional
La mayor o menor trascendencia que para la salud tenga el hambre emocional depende de la frecuencia de los episodios y de la intensidad de los mismos. La bulimia nerviosa figuraría en el extremo de mayor gravedad de las consecuencias derivadas del hambre emocional. En el extremo contrario, el menos grave, podríamos situar a cualquier pequeño y controlado episodio. Tanto en unos casos como en otros, sin embargo, la consecuencia principal es el aumento de peso y la aparición de una serie de problemas de salud que siempre están asociados a la ingesta de alimentos poco nutritivos realizada cuando no existe necesidad real de dicha ingesta.
Entre los problemas derivados de la ingesta de alimentos para dar respuesta al hambre emocional podemos encontrar la diabetes, el exceso de colesterol, la hipertensión, el exceso de ácido graso y, en ocasiones, los problemas reproductores.
Algunas de las consecuencias negativas del hambre emocional pueden ser de carácter psíquico. Las personas víctimas del hambre emocional pueden tener sentimientos de culpa, frustración, tristeza y, en algunos casos, de falta de autoestima. Al fin y al cabo, el hambre emocional, a diferencia del hambre fisiológico, aparece de manera repentina y tiene una razón de existir única y exclusivamente psicológica, y es en la psicología en donde hay que encontrar no sólo su razón de ser sino también algunas de sus consecuencias.
Lucha contra el hambre emocional
El hambre emocional no es un monstruo invencible. Pero hay que saber luchar contra él. Saber qué debe hacerse cuando sentimos la necesidad imperiosa de comer característica del hambre emocional es fundamental para vencerlo. Beber un vaso de agua de manera calmada o echar mano de una fruta o un zumo puede servir para vencer esa falsa necesidad de devorar una hamburguesa, unas patatas fritas o alguna chocolatina que caracteriza al hambre emocional.
Otras buenas opciones a la hora de luchar contra el hambre emocional son las de salir a tomar aire fresco, hacer una caminata, escuchar música, leer, meditar, hacer deporte… Aprender técnicas de relajación es otra de las grandes respuestas que pueden darse al hambre emocional. En cualquier caso, para vencer a este especie de monstruo hay que distraer a la mente, hacer que se concentre en otra cosa, alejarla de la situación mental o emocional que la haya conducido a esa situación en que se siente una necesidad extrema de consumir alimentos.
Si cualquiera de las anteriores opciones resultara insuficiente a la hora de plantar cara a la falsa e imperiosa necesidad de comer propia del hambre emocional habría que recurrir a la ayuda de un profesional de la Psicología. Un psicólogo/a especializado/a en los trastornos de la alimentación sería la persona ideal para, en casos extremos de hambre emocional, ayudarnos a canalizar y re-direccionar nuestras emociones.