Se suele decir que la piel no es muda, que la piel habla, pero que su lenguaje debe conocerse. Para conocer el lenguaje de la piel y saber lo que nos está diciendo es necesario entender sus signos y sus signos pueden ser muy variados: eccemas, picores, enrojecimientos, irritaciones…
Para conocer el lenguaje de la piel y saber entenderla mejor es necesario distinguir entre tres conceptos que, con frecuencia, tendemos a confundir. Esos tres conceptos son los de piel sensible, piel atópica y piel alérgica. Con demasiada frecuencia se usan estos tres conceptos como conceptos que fueran sinónimos y, ciertamente, no lo son.
En este artículo de la sección de Belleza de la Piel de Mujer de Portada vamos a ver qué diferencias existen entre una piel sensible, una piel atópica y una piel alérgica.
Piel sensible
La piel sensible es aquélla que, en términos médicos, es llamada piel intolerante, piel hiperexcitable y piel reactiva. Estos conceptos, junto al de piel sensible, hacen referencia a un malestar de la piel del rostro que se manifiesta en forma de escozor, picor y ardor.
Más frecuente en mujeres jóvenes que en mujeres mayores (de hecho, acostumbra a mejorar con la edad), la piel sensible puede ser de tres tipos:
- Piel sensible a cosméticos o productos faciales. Afecta a un 25% de las mujeres y las molestias asociadas a ella aparecen poco después de haberse aplicado el cosmético.
- Piel sensible a factores ambientales. Este tipo de piel sensible afecta a un porcentaje de entre un 15 y un 20% de mujeres. A estas mujeres les molesta el cutis cuando hace viento, frío o cuando cambia la temperatura de manera brusca.
- Piel sensible severa. En estos casos, la piel reacciona a todo tipo de factores, tanto externos (cosméticos, medioambientales…) como internos. La persona que padece piel sensible severa puede sentir malestar en la misma a causa del estrés o, simplemente, el cansancio. En estos casos, la piel puede llegar, incluso, a no tolerar ningún tipo de producto.
Las estadísticas y los diferentes estudios demuestran cómo cada vez son más las personas que, en las sociedades occidentales más avanzadas, tienen la piel sensible y frágil.
Piel atópica
La piel sensible no debe confundirse con la piel atópica. La piel atópica, llamada también dermatitis atópica, implica la existencia de una afectación de la piel debido a una enfermedad inflamatoria crónica. La piel atópica viene determinada en gran medida por factores genéticos, aunque son las condiciones ambientales las que, finalmente, hacen que la dermatitis atópica se desarrolle o no.
La piel atópica se caracteriza por mostrar una especie de xerosis (sequedad) cutánea y por manchas rojas que, en ocasiones, están cubiertas de pequeñas vesículas que causan un picor severo. El hecho de que la piel se vuelva muy seca hace que se vuelva permeable y, por tanto, deje de cumplir su función de barrera contra los alérgenos, las bacterias y contra todo tipo de agresiones externas.
Entre las causas que provocan la piel atópica, y más allá de los factores genéticos, podemos encontrar los alérgenos alimentarios y algunos productos químicos que, aplicados a la piel, pueden provocar episodios de eccema.
Las personas más afectadas por la dermatitis atópica son los bebés y los niños de entre tres meses y cinco años de edad, aunque los síntomas de la piel atópica pueden persistir, en algunos casos, hasta la edad adulta.
Piel alérgica
Se conoce con el nombre de dermatitis alérgica, que puede hacerse notar mediante la aparición de urticarias o eccemas, la predisposición del cuerpo a reaccionar negativamente ante un alérgeno. Para identificar este tipo de problema en la piel se realizan tests en la misma.
Para evitar la dermatitis alérgica se aconseja, una vez identificado, mantener la piel fuera del alcance del producto, ingrediente o sustancia que la haya producido y eludir el uso de productos con perfumes sintéticos o que en su formulación incluyan conservantes como los parabenos.
Remedios contra las pieles sensibles y atópicas
Durante los últimos años se ha apuntado que el incremento de los casos de pieles sensibles y de pieles atópicas es debido, en gran medida, al exceso de higiene. Es decir: lavarse demasiado facilitaría o, incluso, llegaría a provocar la aparición de casos de piel sensible y de piel atópica. ¿Por qué? Porque al lavar en exceso la piel estaríamos alterando el equilibrio del microbioma cutáneo, es decir, estaríamos debilitando ese manto protector que la piel genera de manera natural sobre sí misma.
Por otro lado, hay estudios que demuestran también que se dan más casos de piel sensible o piel atópica en los niños que crecen en la ciudad que aquellos que, por ejemplo, han crecido en un ambiente rural lejos de las condiciones medioambientales que se dan en las grandes ciudades. El estilo de vida actual de las ciudades occidentales genera un hábitat muy agresivo para la piel atópica y crea un caldo de cultivo óptimo para general pieles sensibles. El abuso del aire acondicionado y la calefacción, por ejemplo, provocan que la piel esté más reseca y se vuelva más irritable. La piel, al cambiar con demasiada frecuencia de ambiente, experimenta lo que se conoce como “choque térmico”, una especie de estrés que la acaba afectando negativamente.
A la hora de cuidar tanto las pieles sensibles como las pieles atópicas hay que buscar pocos productos (menos es más) pero que sean productos suaves, de calidad, con unos principios activos muy seleccionados y que tengan el menor números de conservantes posibles en su formulación.
Con demasiada frecuencia se aconseja utilizar productos naturales para tratar este tipo de problemas de la piel. Teniendo en cuenta que la mayor parte de las alergias que experimentamos los seres humanos son alergias a productos naturales, el que un producto cosmético esté elaborado con productos naturales no es garantía, en modo alguno, de que dicho producto no va a provocar reacción alguna en nuestra piel. Eso no quiere decir, tampoco, que ciertos productos naturales no sean efectivos a la hora de tratar tanto las pieles sensibles como las pieles atópicas. Productos como la caléndula, la camomila matricaria o el aceite de oliva pueden tener efectos muy calmantes.
Un tipo de producto que, en los últimos tiempos, se ha revelado como un pilar básico a la hora de tratar las pieles atópicas es el de los emolientes. La combinación de éstos con el uso de algún tipo de medicamento durante períodos de tiempo muy cortos y específicos se ha revelado como un eficiente tratamiento contra la dermatitis atópica.